Relato sobre «el Gerónimo». Iñaki Iriarte

Relato sobre «el Gerónimo» a veinticinco años vista.

    Para escribir esto no he consultado más fuentes que las de mi memoria imperfecta y subjetiva, de tal forma que lo que sigue no pretende ser tanto historia como relato, con todos los sesgos que ello puede conllevar. Mi relato breve sobre lo que fue el Instituto Gerónimo de Uztariz en la etapa en la que participé más directamente en sus actividades y sobre lo que percibo que es y debe seguir siendo en la actualidad.

     Cuando en el verano de 1987 volví a Pamplona con una licenciatura en Historia bajo el brazo y con la vaga intención de dedicarme a la investigación, el panorama universitario de Navarra me parecía desolador. Entonces sólo existía una Universidad, la del Opus Dei, de la que yo había huido dos años antes aburrido entre otras cosas de la obligatoriedad de memorizar el escalafón de la corte celestial en las clases de teología y espantado de que los profesores consideraran todo lo que no se publicaba en Eunsa como una forma peligrosa, marxistoide y laicista de interpretar la historia. Aun recordaba la perorata de la profesora de Historia Contemporánea en tercer curso recomendándonos que no leyéramos los libros de la editorial Siglo XXI. Una actitud que decía mucho de los prejuicios de determinada forma de hacer historia, que abocaba a los investigadores de esa corriente a un positivismo las más de las veces anodino cuando no interesado (la recopilación seriada de iglesias, ermitas y castillos de Navarra parecía ser en aquel momento su máximo horizonte) y que desde luego no invitaba en absoluto a intentar subirse a ese carro.

    Ante ese panorama, el Instituto Gerónimo de Uztariz era algo más que un soplo de aire fresco. Se me representaba como la única alternativa organizada para poder dedicarse en Navarra a la investigación histórica, evitando el anquilosamiento de la historia oficial. No creo que pueda decirse que entre los miembros del Gerónimo existiera una postura ideológica monolítica, ni mucho menos. Existía, eso si, una manera bastante compartida de acercarse al pasado, que ponía en primer plano las cuestiones económicas y sociales de la etapa contemporánea y que tenía una clara vocación de conectar el conocimiento histórico con los problemas del presente. En el contexto académico de la Navarra de los ochenta, todo eso podía considerarse incluso contestatario, pero visto en perspectiva puede decirse que de lo que se trató fue más bien de introducir la historiografía Navarra en una senda de normalidad, en la línea de lo que se estaba haciendo en otros ámbitos de investigación histórica. Los medios con los que se contaba eran muy escasos. Un local alquilado de unos siete metros cuadrados que en un principio ni siquiera tenía ordenador, y poco más. Sin embargo, el Instituto consiguió en 1987 y 1988 que el Gobierno de Navarra financiara dos proyectos de investigación, uno sobre la evolución de la propiedad de la tierra y otro sobre el proceso de industrialización en Navarra, en los que, en conjunto, participamos once becarios durante varios años. Las becas eran, por supuesto, miserables y no permitían ni de lejos subsistir con ellas. Pero compatibilizándolas con otros trabajos en precario, eran una oportunidad para engancharse al mundo de la investigación. Además de los integrantes de aquellos proyectos había otras personas que también comenzaban a investigar o que enseñaban historia en los institutos, y se organizaron varios seminarios en los que reflexionar y discutir sobre temas historiográficos, que al menos a mi me fueron muy útiles. El segundo congreso de historia de Navarra organizado por el Gerónimo en 1991 fue una muestra clara de los primeros resultados que empezaban a dar esas investigaciones y de la integración de las mismas en algunas líneas básicas de la historiografía del momento a escala nacional. Afortunadamente varias de aquellas personas pudieron seguir investigando y sus trabajos están hoy presentes en muchos foros académicos nacionales e internacionales. Creo por tanto que la historiografía navarra debe bastante al Instituto Gerónimo de Uztariz, que fue en aquella época una auténtica escuela de investigadores y que vino a suplir las carencias de la universidad privada en lo que a capacidad formativa para la investigación en historia social y económica se refiere.

    Poco después, con la creación de la Universidad Pública de Navarra, resultaba complicado que el Instituto pudiera seguir cumpliendo la misma función. Era evidente que, para bien o para mal, la financiación de los proyectos de investigación que fueran surgiendo se iría canalizando a través de los departamentos de la nueva universidad. Hubo un intento temprano de reconvertir el Gerónimo en instituto universitario, pero la propuesta no llegó a encontrar apoyos suficientes ni siquiera dentro del propio Instituto. Sin embargo, el Gerónimo siguió cumpliendo su papel, sobre todo en el aspecto de intentar transmitir elementos del conocimiento histórico a la sociedad Navarra. En este sentido, la exposición sobre la Navarra del siglo XIX que se organizó en 1994, creo que fue una buena manera de mostrar a la ciudadanía algunos aspectos relevantes de la historia política, económica y social de nuestro territorio. Creo que a algunos miembros del Instituto la iniciativa no les gustó demasiado, quizás porque consideraban que la exposición representaba una forma un tanto prosaica de acercarse al pasado. A mi modo de ver, sin embargo, el transfondo de la muestra era muy sólido (la publicación que la acompañó así lo demuestra) y la iniciativa logró dar a conocer a un público amplio algunos aspectos históricos habitualmente ocultos como la importancia de lo material o la relevancia de lo social (conflictividad incluida) en el devenir histórico, más allá de los personajes y tejemanejes de la alta política.

    Desde mediados de los noventa dejé de residir en Pamplona y, por tanto, dejé también de participar activamente en las actividades del Gerónimo, a las que desde entonces sólo he asistido de forma esporádica. Pero mi visión desde fuera es que se han seguido haciendo cosas muy interesantes. La organización de congresos, seminarios y encuentros sobre temas variados tanto de investigación como de docencia, y el mantenimiento de una revista con muchos artículos de calidad, no me parecen, ni mucho menos, un mal balance para una institución pequeña y con presupuestos menguantes. Y quizás lo más relevante al menos en los últimos tiempos sea el papel que percibo que está jugando el Gerónimo en ese proceso que ha surgido con fuerza en todo el país y que tiene que ver con la recuperación de la memoria histórica.

    Un tema en el que resulta meridiana la importancia de la historia para la convivencia en democracia y en el que la transmisión de los resultados de la investigación a la ciudadanía es crucial. En este sentido, tengo la sensación de que muchos profesores universitarios de historia, avocados por el sistema académico a una carrera curricular cada vez más exigente, estamos olvidando la función social de la historia o, más en concreto, la necesidad de hacer llegar la historia tratada con rigurosidad al grueso de la sociedad. En este sentido se ha dejado un hueco que en buena medida y por desgracia han ocupado los Pio Moa de turno, que publican ediciones gigantescas que se pueden encontrar en cualquier kiosko. Desde la universidad el fenómeno Pio Moa ha sido ignorado, aduciendo que no se trata de un historiador serio. Y así es. Sus premisas de partida son más que discutibles y los datos que utiliza para demostrarlas están habitualmente manipulados. Pero eso no es óbice para que sus libros se vendan por millares y sus falsedades hagan las delicias de los sectores sociales más recalcitrantes e incluso vayan calando en otros que no lo son tanto.

    Algo similar pasa en Navarra con algunos personajes bien situados políticamente, que aprovechan las tribunas para ofrecer una historia foral edulcorada en la que la ley de 1841 entronca directamente con la de amejoramiento de los fueros de 1982, obviando de manera interesada los tortuosos caminos que unieron esas dos fechas, las posibles bifurcaciones truncadas a veces por la fuerza, los conflictos y las víctimas que quedaron por el camino, las fracturas sociales y sus consecuencias de largo plazo. Por todo eso, además de reivindicar una historia rigurosa y contrastada en el ámbito académico que contrarreste las visiones maniqueas y simplistas, parece necesario articular mecanismos de difusión de la misma hacia la sociedad. Y en ese último sentido, creo que la labor de instituciones como el Gerónimo de Uztariz sigue siendo importante y necesaria.

Iñaki Iriarte