Esta obra, publicada recientemente en la Serie de Historia de la editorial Txalaparta, es una adaptación de la tesis doctoral defendida en la Universidad Pública de Navarra por Javier Dronda, profesor de secundaria y actual presidente del IGU.
Se trata de un documentado trabajo de investigación, basado principalmente en el análisis de fuentes archivísticas y hemerográficas, en el que se examina el papel que desempeñó el uso político de la religión en la potente movilización antirrepublicana que tuvo lugar en Navarra a partir de la proclamación de la II República en 1931, y que culminó en la sangrienta “Cruzada” de 1936. La Iglesia católica tenía en la Navarra de la época una poderosa influencia que se sintió amenazada por el reformismo secularizador del nuevo régimen, lo que la empujó a reafirmar su alianza con otros sectores que también veían amenazada su posición predominante. Esa identificación católica con opciones sociales y políticas conservadoras es un factor clave para comprender el devenir de la experiencia republicana en Navarra. Ésta estuvo marcada por la oposición liderada por un activo movimiento católico que propagó la idea de que el nuevo régimen era incompatible con una identidad navarra ligada a un catolicismo muy politizado, un catolicismo militantemente antiliberal para el que la alternativa entre el confesionalismo tradicional y las reformas laicistas no era otra que la de estar con Cristo o contra Cristo.
La investigación no se limita a la época republicana sino que, antes de explicar los acontecimientos ocurridos en ésta, analiza la influencia de la religión y la Iglesia católica en la sociedad navarra del primer tercio del siglo XX. Y lo hace desde diferentes vertientes: el papel de las fiestas religiosas y las devociones católicas en la sociabilidad y la identidad colectiva; los diferentes medios de influencia del clero; los distintos planos del movimiento católico; y las diferencias territoriales en cuanto al comportamiento religioso.
A partir de este panorama socio-cultural, la obra se centra en una narración más cronológica de las medidas secularizadoras en Navarra, desde la proclamación del nuevo régimen en 1931 hasta el estallido de la guerra civil en 1936. La llegada al poder de republicanos y socialistas en el conjunto del Estado, así como la victoria electoral en algunos municipios importantes, dotó a la minoritaria izquierda navarra del control de ciertos resortes de poder, lo que amenazó el status de quienes hasta entonces habían hegemonizado la provincia, incluida la Iglesia.
La nueva coyuntura obligó a la Iglesia navarra a afrontar un cierto proceso de modernización adaptándose a un nuevo marco laico en el que, aunque dejaba de recibir la protección estatal, podía seguir siendo socialmente muy influyente. Pero las fuerzas políticas que en Navarra se opusieron a las reformas republicanas se caracterizaron por su intransigencia respecto al laicismo, como quedó patente ya desde las tempranas protestas contra la libertad de cultos.
El rechazo a las reformas republicanas permitió la unión de todas las fuerzas católicas navarras en un heterogéneo frente común, la Coalición Católico-Fuerista, que venció en las elecciones constituyentes de 1931. Pero esta unidad de acción finalizó con el fracaso de una vía estatutaria que garantizase la autonomía en política religiosa. A partir de entonces, el Partido Nacionalista Vasco apostó por una autonomía enmarcada en la nueva legislación republicana, mientras el resto de fuerzas católicas agrupadas en el Bloque de Derechas optaba por una oposición frontal al nuevo régimen, oposición violenta en el caso del carlismo que apostó desde el principio por la vía insurreccional.
La investigación concluye que el uso político que se hizo de la cuestión religiosa, en un contexto de gran influencia social de una Iglesia muy ligada a opciones políticas conservadoras, fue un factor determinante para el éxito de la movilización antirrepublicana en Navarra. La intensidad que alcanzó aquí la movilización católica contra la política secularizadora de la República se debió en gran parte a la gran influencia social de un clero muy numeroso y de origen cercano a su feligresía, tanto geográfica como socialmente. Su autoridad no se limitaba al terreno espiritual, sino que se debía también a su importante presencia en el campo educativo, a su labor mediadora entre distintas clases sociales y a su control del variado movimiento católico navarro.
Ese prolífico movimiento católico navarro, en el que jugó un papel muy importante el carlismo, lideró una potente movilización de oposición a las reformas laicistas y al conjunto de las reformas republicanas. Esa movilización logró propagar la idea de que el nuevo régimen era incompatible con una identidad navarra que se consideraba consustancial a un catolicismo militantemente antiliberal. Una idea que caló en gran parte de la población navarra, que expresó su rechazo a ese régimen secularizador y reformista en las elecciones y en todo tipo de movilizaciones.